Uruguay: La extranjerización de la tierra

16-5-2014, El Observador
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Lautaro Pérez Rocha, especial para El Observador

La tierra para los uruguayos, se escucha decir con ahínco desde las filas partidarias. Y el discurso se perfuma con lo primero al alcance del boticario, desde el impuesto a Primaria del sector rural hasta la soberanía y seguridad alimentaria del país. Alocuciones políticas, seductoras y eficaces como carnada electoral, pero traicioneras a la realidad y a la visión de país que se proclama.

Los dos últimos gobiernos promovieron la inversión en tierras por parte de grandes corporaciones extranjeras. Basta citar el sector de celulosa: se realizaron particulares esfuerzos y creativos arreglos para que estas empresas adquirieran tierra. La inversión extranjera en este activo ha sucedido gracias a varios factores y uno de ellos fue la misma promoción del gobierno. El discurso actual es contradictorio.  

La cuestión de la propiedad de la tierra se ha configurado hace mucho tiempo ya, casi desde la génesis del país.  ¿Es importante quién es el propietario? ¿Es bueno o malo que sean extranjeros? ¿Y para los bancos? ¿Y  los supermercados? ¿Y la educación? ¿Y la agroindustria? ¿Y la minería?¿Y a los extranjeros  los dejamos acercarse al Chuy? ¿Limitamos las adquisiciones de otros Estados? ¿Y cómo hacemos para controlar eso en el mundo financiero de las acciones bursátiles? ¿Por qué limitar a un fondo soberano si tiene un papel que es dueño de tierra, y no, en cambio, si un banco estatal digamos del Brasil, es dueño de frigoríficos en Uruguay?

Podríamos formular incontables preguntas. Pero no estoy argumentando aquí sobre  la propiedad de la tierra, ni tampoco a favor o en contra de su extranjerización ni concentración. Lo que estoy apuntando es a lo que se manifiesta como ideal y estereotipo y compararlo con la ejecución, con lo que hacemos para perseguir esos objetivos.  Esa sí que es la peor de las contradicciones.

Se parte de la propiedad de la tierra, que no debe estar concentrada en pocos sino atomizada en muchos, y sus titulares deben ser uruguayos. Aquí subyacen tres suposiciones: la primera que la propiedad es relevante para el país; la segunda que es mejor que sea de los orientales; la tercera, que los uruguayos quieren el campo como medio de vida.

Supuestos que son incorrectos. En el mundo de hoy, importa el acceso, no la propiedad. No está demostrado que un foráneo sea peor o mejor. Y no todos los uruguayos quieren vivir en el campo, proceso que sucede en todas partes del planeta. Lo único demostrado es que la escala da una ventaja competitiva.

¿Queremos algo diferente, un país con más desarrollo rural,  más gente arraigada en el agro? Pues bien, hagámoslo. No por la prohibición ni la contraposición, ni discutiendo sobre la propiedad. Desarrollemos políticas e instrumentos coherentes. Tenemos instrumentos de otra época, como el Instituto Nacional de Colonización, que  asigna  activos de miles de dólares y derechos de explotación, pero que poco sirven si no se equipan con conocimiento y capacidad de gestión. 

Si queremos que la gente sea propietaria, demos préstamos a 30 años a los jóvenes y no créditos que solo el dueño de Google podría amortizar. Pero más aún: debería desarrollarse la educación técnica para las miles de microempresas de los agronegocios; debería invertirse mucho más en comunicación en el campo y en todo  aquello que ayuda a que la gente esté más cerca: rutas, energía, internet, vuelos frecuentes y económicos, trenes de alta velocidad.

Debería invertirse en desenvolver comunidades rurales y poblados seguros para vivir, y no atestados de bandoleros y asaltantes. Debería promoverse con más servicios de salud en todo el país y no morir siempre en la capital. Debería generarse y multiplicarse el conocimiento, apalancarse en los nuevos emprendedores del agro, que vaya si los hay. Deberíamos valorar y sentirnos orgullosos del empresario y la familia rural y no desprestigiarlos y recurrir a imágenes embalsamadas de que son todos oligarcas, patrones descorazonados o quejosos.  Nada más inmerecido y dañino; combustible a rivalidades cuyo único resultado es separarnos.

Generando un entorno propicio, potenciando las capacidades y el conocimiento de la gente,  creyendo en el medio y orgullosos de la familia rural,  en la competencia, en el esfuerzo, en la confianza y la superación, se logrará un desarrollo genuino y sustentable. Son los mejores activos que vale la pena adueñarse.  Esos son los que hay que nacionalizar a grito alzado. Ahora.

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