La lucha de una comunidad agrícola por tierra y legado en Sri Lanka

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Sugathapala y Siriyawathi. Imagen de Noopura Liyanage vía Groundviews, usada con autorización.
Global Voices 16/04/2024

La lucha de una comunidad agrícola por tierra y legado en Sri Lanka
'Vamos a continuar esta lucha digan lo que digan'

Escrito por GroundViews
Traducido por Victor Manuel Guerra Valenzuela

Este artículo de Noopura Liyanage se publicó originalmente en Groundviews, galardonado sitio web de medios ciudadanos de Sri Lanka. Publicamos una versión editada en virtud de un acuerdo de intercambio de contenidos.

Nuestro viaje comenzó con un trayecto de siete horas desde Colombo. A medida que viajábamos, el paisaje iba pasando de montañas verdes a llanuras esmeralda que bordean la provincia de Uva, ubicada en el sureste de Sri Lanka. Llegamos al tramo solitario entre el pueblo de Padiyathalawa y el pueblo Bibile, poblado de casas sin terminar que se alzan a gran distancia unas de otras. Aquí, en la escondida aldea de Ekiriyankumbura, investigamos la lucha actual de los aldeanos contra un proyecto de cultivo de caña de azúcar propuesto que amenaza su modo de vida.

Por generaciones, los habitantes de Rideemaliyadda, Dehigama y Ekiriyankumbura han prosperado gracias a la agricultura. Muchos practican el tradicional cultivo chena, mientras que otros cultivan maíz en los límites de la reserva forestal de Nilgala. Otros cultivan arroz, mijo y otros granos, y poco a poco empiezan a dedicarse a cultivar coco, mango y anacardo. Sin embargo, una nube oscura amenaza su pacífica existencia desde 2006.

El problema comenzó cuando la agroempresa británica Booker Tate puso en marcha el proyecto de desarrollo azucarero de Bibile con el objetivo de establecer una fábrica de caña de azúcar y grandes plantaciones. Sin embargo, los aldeanos se opusieron férreamente a este proyecto, lo que obligó a la empresa a retirarse. Fue solo la primera batalla de una larga guerra. Después llegó la empresa china Guangdong Guangken Sugar Group, en asociación con la empresa local IMS Holdings, en 2006. Su proyecto también fracasó frente a la indignación pública. Por último, Gazelle Ventures, empresa de Singapur, unió fuerzas con IMS Holdings en 2017, pero sus esfuerzos por establecer el proyecto suscitaron una resistencia similar. Los aldeanos, tras varios enfrentamientos y protestas, obligaron a las empresas y al organismo estatal autoridad Mahaweli a dar marcha atrás temporalmente.

La tierra situada en el centro del conflicto, conocida a nivel local como el campo, se extiende hasta el límite de la reserva de Nilgala, separada por un estrecho arroyo llamado Maduru Oya. Mientras caminábamos por los campos, se abría ante nosotros la vasta y dorada extensión de cultivo de maíz. Las constantes melodías de los gritos de los pavos reales y del canto de los pájaros llenaban el aire y, junto con la lejana línea de imponentes árboles y los campos de cultivo dorados, dibujaban una imagen perfecta.

Esta lucha continua entre los agricultores y las autoridades es una historia de resistencia e ingenio. Los aldeanos se han organizado como una fuerza formidable y han empleado diversas estrategias para proteger sus tierras y su medio de vida. Cuando las excavadoras llegaron por primera vez en 2006, la comunidad organizó una poderosa protesta, en la que se bloqueó el paso y se negaron a ceder.

Su lucha fue más allá de los métodos tradicionales. En un acto único de rebeldía, «ordenaron» mil árboles en la reserva de Nilgala. Algunas tierras que Booker Tate identificó como baldías formaban parte del bosque protegido. Con el apoyo de monjes locales y de la organización de la sociedad civil Centre for Environmental Justice (CEJ), los árboles fueron declarados sagrados, lo que reforzó aún más su reclamación de la tierra.

Uno de los agricultores, Namal, ha empezado a cultivar anacardos y granos de pimienta además de su cultivo habitual de maíz. Señala que nunca van a renunciar a sus tierras y que harán lo que haga falta para conseguir los derechos. «Vamos a continuar esta lucha digan lo que digan», afirma Namal.

La situación se complica aún más debido a la intervención de instituciones estatales. En 2007, el Ministerio de Conservación de Vida Silvestre y Bosques, y el Departamento de Arqueología expresaron su preocupación por el impacto ambiental del proyecto. En un movimiento estratégico, el Estado transfirió las tierras del Departamento Forestal a la Autoridad Mahaweli, que podía iniciar proyectos inmobiliarios, lo que suscitó dudas respecto a la transparencia y la responsabilidad. La Autoridad Mahaweli ha desalojado a agricultores y ha presentado demandas contra 50 familias que se dedican al cultivo en la zona desde hace casi 40 años.

Incluso el Departamento de Arqueología, a pesar de emitir informes acerca de importantes pruebas arqueológicas en la zona, como cuevas, senderos y antiguos cementerios, concedió finalmente el permiso para el proyecto.

El proyecto de caña de azúcar propuesto representa una gran amenaza para la fauna salvaje, en especial para los elefantes. La zona sirve de corredor vital para los elefantes y los aldeanos han coexistido pacíficamente con los animales durante generaciones sin que se registraran conflictos. El proyecto alterará este delicado equilibrio y podría obligar a los elefantes a entrar en las aldeas, lo que provocaría conflicto y peligro.

En febrero de 2022, la situación llegó a un punto crítico. Mediante una orden de desalojo, la Autoridad Mahaweli y la Policía intentaron destruir los cultivos y desalojar a los agricultores. Ante esta agresión, toda la comunidad se levantó en protesta, lo que obligó a las autoridades a retirarse.

Un paseo de 45 minutos por los crujientes campos de maíz nos lleva a una hermosa escena: una granja rodeada de árboles frutales y huertos. A su lado hay una cabaña improvisada en la copa de un árbol, testimonio de resistencia. Este es el hogar de Sugathapala y Siriyawathi, cuyas vidas quedaron desarraigadas en 2022, cuando las excavadoras arrasaron sus campos y su casa. Han construido un sencillo refugio de bambú, polietileno y láminas de metal en un campo.

Es temporada de cosecha, por lo que Sugathapala y Siriyawathi comparten la abundancia de sus campos recuperados. Cada comida es una celebración de productos frescos: vibrantes frijoles, guisantes y maíz sacados momentos antes de aterrizar en nuestros platos, ya sea cocidos a fuego lento en una olla o asados al fuego. A medida que se acerca el atardecer, bajo la luz cada vez más profunda los árboles dispersos cobran vida con las llamas parpadeantes y los rayos eléctricos de las cabañas.

A medida que cae la noche, algunos de los árboles dispersos comienzan a iluminarse. Un ulular ocasional y, a su vez, llamas parpadeantes y luces de las linternas eléctricas emanan de las casas de los árboles.

Ahora, comienza una batalla diferente. Los elefantes acuden por la noche al campo para darse un banquete con las cosechas que los campesinos intentan proteger. Se unen para perseguir a los elefantes hacia el bosque. Al final, comen algunos de los cultivos, pero los agricultores indican que han cultivado lo suficiente para los elefantes. «Los elefantes han aprendido a quedarse quietos cuando se les apunta con la linterna. Y cuando se apaga, el elefante regresa lentamente al bosque», explica otro agricultor.

En otra ocasión, la comunidad se unió y desmanteló, en dos horas, una valla de 14 kilómetros erigida por la Autoridad Mahaweli, con lo que demostraron su inquebrantable compromiso de proteger sus tierras.

Sus vidas cotidianas giran en torno a la naturaleza y son muy conscientes de las consecuencias del proyecto propuesto. A pesar de sus vidas humildes y sus recursos limitados, los aldeanos están decididos a luchar por su futuro y a mantener su conexión tradicional con la tierra.

Aunque el caso de la tierra está pendiente en la Corte Suprema, la colaboración entre la comunidad, activistas y organizaciones como el CEJ, el Movimiento por la Reforma Agraria y de la Tierra y la Alianza Popular por el Derecho a la Tierra ofrecen una solución prometedora. Al pasar del tradicional cultivo chena a cultivos permanentes como el coco, el anacardo, la lima y el rambután, los aldeanos fortalecen su derecho a la tierra, y también trazan el camino hacia un futuro más sostenible. «Hemos plantado cultivos permanentes y, pase lo que pase, viviremos en esta tierra», declara Namal.

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