Los nuevos amos de la tierra

28-3-2015, Aporrea
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Por: Ramón Eduardo Azócar Añez
 
Stefano Liberti, es un joven periodista italiano, que ha publicado en revistas y diarios de circulación nacional e internacional (Geo, L’Espresso, Veinticuatro, El País Semanal, Le Monde diplomatique, entre otros); en el n 2004 publicó junto con Tiziana Barrucci, “El mestizo de arranque” y la “La inmigración en Italia en la actualidad”, bajo el sello Editorial Carocci. Su presencia en el género ensayo ha sido importante, sobre todo porque retrata la el tiempo histórico de una manera genuina, crítica y con un sentido de justicia adecuado a la dura circunstancia que hoy confronta la humanidad.
 
En el 2011, publicó “Land grabbing Corne il mercato delle terre crea il nuovo colonialismo”, que luego, con traducción de Rossana Miranda, la editorial Puntocero de Caracas, publicará con el título “Los nuevos amos de la tierra. El acaparamiento de tierras, un negocio transnacional” (207 páginas).
 
El libro consta de seis subpunto, desde la experiencia etíope, pasando por la avaricia de los jeques de Arabia Saudita, integrándose en los financistas de campos dorados de Ginebra, explorando el capitalismo salvaje de los muchachos de Chicago, descubriendo el agronegocio del Brasil, hasta mostrar la frontera de los Biocarburantes de Tanzania. En todos los espacios de un mundo que tiene sus “amos”, sus propietarios naturales, ya sea por la fuerza o por la legitimidad de un pueblo que se ha dejado dominar en nombre de las banderas de la civilización moderna.
 
En un aspecto concreto, Liberti responde una interrogante de vieja data en los estudios de ciencia política: ¿tiene el hombre derechos naturales de posesión?  La posesión es “dominio”, “influencia”, “control”, al libre arbitrio, bajo la influencia individual de quien ejerce ese poder. Y allí otra incógnita milenaria: ¿tiene el hombre poder sobre todos cuanto le rodea en el mundo planetario? El hombre es un ser social por naturaleza; le resulta imposible vivir aislado: siempre está inmerso en un haz de relaciones sociales que determinan sus condiciones de vida. Y a medida que estas condiciones de vida son más activamente configuradas por la acción humana, la interdependencia, lo que Durkheim llamaría densidad social, se hace más intensa. El mundo es cada vez más una aldea global en la que todo repercute en todo. Esta red de relaciones sociales cada vez más intensa afecta a todos los ámbitos de la vida humana: cultura, economía, tecnología, ocio, entre otros; el hombre se encuentra inmerso, en cada uno de estos ámbitos, en situaciones constituidas por actividades interrelacionadas, dirigidas a satisfacer necesidades sociales. Como expresara Luis Bouza-Brey, tiene poder aquel individuo o grupo que consigue que otros (individuos o grupos) hagan (o dejen de hacer) lo que él quiere. Aquel que, en una situación social, es capaz de imponer a los demás una definición de nietas y un modelo de organización. En este sentido, el poder es un medio, pero al ser un medio universal que permite realizar los demás valores, se puede transformar en un fin. En palabras de Deutsch, citado por Bouza-Brey “... el poder se puede concebir como el instrumento por el cual se obtienen todos los demás valores, de la misma manera en que una red se emplea para atrapar peces. Para muchas personas, el poder es también un valor en sí mismo; en realidad, para algunos es, a menudo, el premio principal. Dado que el poder funciona a la vez como un medio y un fin, como red y como pez, constituye un valor clave en la política”.
 
El texto de Liberti aborda estas realidades de manera punzante; devela que los actores principales en el actual proceso de acaparamiento de tierras para producir alimentos de exportación no son los países o los gobiernos, sino las corporaciones; se le adjudica mucha atención a los Estados, como Arabia Saudita, Estados Unidos de Norteamérica, China o Japón; cuando la realidad es que aunque los gobiernos facilitan los acuerdos, las empresas privadas obtienen el control de la tierra. Y sus intereses, simplemente, no son los mismos que los de los gobiernos. Basta retrotraernos, dice Liberti, a agosto de 2009, cuando el gobierno de Mauricio (país soberano insular ubicado en el suroeste del océano Índico, a 900 kilómetros de las costas orientales de Madagascar y aproximadamente 3943 kilómetros al suroeste de la India), a través del Ministerio de Relaciones Exteriores, consiguió rentar a largo plazo 20 mil hectáreas de buena tierra agrícola en Mozambique donde se producirá arroz para el mercado mauriciano. Se trata de una dislocación de la producción agrícola, pero no es el gobierno de Mauricio, en nombre del pueblo mauriciano, quien va a explotar la tierra y embarcar el arroz al país. El Ministerio de Agroindustria inmediatamente subarrendó la tierra a dos corporaciones: una de Singapur ansiosa de desarrollar mercados para sus semillas patentadas de arroz híbrido en África y otra de Swazilandia, especializada en la producción ganadera, e involucrada en los agrocombustibles en el sur de África. Éste es el modo típico de operar, por lo que no debe cegarnos la participación de los Estados. A fin de cuentas lo decisivo será lo que quieran las corporaciones, que cuentan con un arsenal de instrumentos legales, financieros y políticos para imponerse.
 
En concreto, hay una tendencia que suponer que el interés del sector privado en el acaparamiento mundial de tierras corresponde a las tradicionales empresas con agronegocios o plantaciones, como Unilever o Dole, en una ampliación simple del antiguo modelo de agricultura por contrato. Pero es la industria financiera más poderosa, con muy poca o nada de experiencia en agricultura, la que emerge como actor corporativo decisivo. Tanto que la misma frase invertir en agricultura, mantra actual de los burócratas del desarrollo, no debe entenderse automáticamente como financiamiento público; cada vez más, se convierte en el negocio de los grandes negocios.
 
Valga nombrar el libro “Los nuevos amos del mundo”, de Jean Ziegler, que ha sido confundido con el de Liberti, pero que aborda la realidad desde una perspectiva distinta. Para Ziegler, el asunto es de desigualdades, de falta de humanidad, de sensibilidad social, de grandeza espiritual y humana. Este autor expresa: “Cada día sobre la fase del planeta mueren 100.000 personas de hambre o de las consecuencias inmediatas de ésta...Cada siete segundos en la tierra, muere de hambre un niño menor de 10 años. El hambre y la mal nutrición crónica constituyen una maldición hereditaria: cada año decenas de millones de madres gravemente subalimentadas mueren en el mundo, por lo tanto mueren irremediablemente decenas de millones de niños por nacer. Todas esas madres subalimentadas y que pudiendo dar vida, recuerdan esas mujeres condenadas de Samuel Beckett, "que cabalgan sobre la muerte..." "el día brilla un instante, y luego nuevamente la noche... En el estadio actual de desarrollo de las fuerzas de producción agrícola, la tierra podría nutrir normalmente 12 mil millones de seres humanos. Nutrir normalmente significa proveer a cada individuo de una alimentación equivalente a 2.700 calorías por día. Sin embargo no somos más que algo de seis millares de individuos sobre la tierra y cada año 826 millones sufren de subalimentación crónica y mutilante. La ecuación es simple: el que tiene dinero come y vive. El que no lo tiene sufre y puede llegar a la invalidez o muere. El hambre persistente y la subalimentación crónica marchan de la mano del hombre. Se deben directamente al orden de muerte mundial. Quien muere de hambre es víctima de un asesinato…"
 
En una palabra, y tal como lo expresara mi buen amigo el profesor Emilio Guédez (UNELLEZ-VPA-Guanare), experto en temas agrícolas, “…los nuevos amos de la tierra son los mismos de siempre: los que han llenado de miseria la humanidad en nombre de las banderas de la libertad”.
 
Bajemos el debate a un lugar de dignidad, hagamos más por concretar las cosas que dejamos a Dios y abandonemos la miseria humana por ceñirnos a posesiones que no son nuestras ni lo serán jamás.
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