Reflexiones sobre el acaparamiento de tierras en África: de la fiebre al análisis pormenorizado

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20-3-2017, Revista Pueblos

Sebastián Ruiz

La narrativa sobre el acaparamiento de tierras es una tendencia clara desde el 2008. No obstante, esta dinámica se puso en marcha por la liberalización del mercado de tierras en la década de los 90, y se desencadenó aún más por la aceleración de la crisis global del capitalismo al comienzo del nuevo milenio: crisis ligadas a la alimentación, la economía, las finanzas, las cuestiones medioambientales, la energía o la política. Y las posibles respuestas a estas crisis tienen en común el hecho de que todas ellas dependen de los recursos de la tierra, una realidad que ha fomentado una fiebre mundial por la pachamama. Sobre todo, en África.

La idea de la apropiación de tierras ha captado la atención y la imaginación de activistas, periodistas y personal académico. Una dinámica que se ha utilizado para describir la explosión que emerge de las transacciones en todo el mundo. Se podría hablar de dos grandes períodos: el primero desde el 2008 hasta el 2012 aproximadamente, en el que se trataba de entender el fenómeno, documentarlo y analizarlo; el segundo periodo, hasta ahora, se caracteriza por la publicación de estudios en profundidad que han manifestado la gran variedad de procesos y actores involucrados en esta práctica.

La ONG GRAIN fue la primera organización en alertar en el 2008, en gritar sobre el papel, acerca de la nueva ola de acaparamiento de tierras en su informe “¡Se adueñan de la tierra! El proceso de acaparamiento agrario por seguridad alimentaria y de negocios”. Un año después, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) junto a otras entidades internacionales publicaba un informe demoledor en “¿Acaparamiento de tierras u oportunidad de desarrollo? Inversiones agrícolas y acuerdos internacionales para la compra de tierras en África”. En él se desprendía que las adquisiciones masivas de tierras se estaban incrementando en África y en otros continentes, aumentando el riesgo, si no se hacía de forma correcta, de que la población pobre se viera desposeída o se le impidiera el acceso a la tierra, al agua y a otros recursos.

Varias críticas se han levantado desde entonces. Entre ellas, la fiabilidad y utilidad de los conjuntos de datos utilizados a gran escala en la metodología de varios estudios que tratan el tema. El investigador Marc Edelman lo define en un artículo de agosto de 2016 de la siguiente manera: “El carácter repentino, imprevisto y dramático de esta crisis financiera y alimentaria contribuyó a que los investigadores muchas veces la vieran como un evento sui generis y excepcional (…). Atribuyeron una serie de problemas muy graves al acaparamiento pos-2008, tales como la expulsión de comunidades campesinas de sus tierras y la expansión de biocombustibles a costo de la producción de granos básicos. Estas versiones eran acertadas hasta cierto punto, pero tendían a ver, implícitamente por supuesto, el pasado pre-2008 como una época en la que las tragedias originadas por la crisis eran de menor envergadura o aún ausentes”.

El economista Carlos Oya, profesor titular en el SOAS de Londres y especialista en economía política del desarrollo en África, realizó en 2013 una investigación analizando 176 trabajos académicos que hablaban sobre el acaparamiento a partir del 2008. ¿El resultado? Demoledor. Ninguno de ellos incluía información de contexto anterior. “No hubo ni siquiera un estudio que presentara una evaluación de impacto, junto con datos de referencia anteriores a 2008 y una comparación de las situaciones pre- y pos-2008”, explicaba Oya. Otra crítica está relacionada con los lugares donde se están produciendo los acuerdos. Inicialmente, la atención se centró en África, donde Oxfam estimó en su estudio “El creciente escándalo en torno a una nueva oleada de inversiones en tierras” (2011), que el 70% de la apropiación de tierras en todo el mundo se produjo en el continente y que los principales jugadores en el tablero eran China, los Emiratos Árabes Unidos, la India y Corea del Sur. Pronto se hizo evidente que el fenómeno tenía un impacto más amplio que incluía también a los países de Asia y América Latina, y que no solo se trataba de una demanda para la producción de alimentos, ya que había una miríada de otras causas estructurales. Por ejemplo: el almacenamiento de carbono, las infraestructuras a gran escala (puertos, aeropuertos, zonas residenciales), espacios reservados al turismo o la compra de tierras por los migrantes en sus países de origen.

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Principales países inversores en tierras. Datos: landmatrix.org. Ilustración: Paula Cabildo.

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Principales países donde se invierte en tierras. Datos: landmatrix.org. Ilustración: Paula Cabildo.

Del lado de los más pobres

El acceso a la tierra ha sido y es uno de los factores que más ampollas levanta en los medios de comunicación. Es difícil no posicionarse cuando se leen cientos de historias publicadas sobre cómo grandes multinacionales o pequeños capitalistas extranjeros se están beneficiando de una plusvalía que no les pertenece a costa del pueblo indefenso en Senegal, Camerún, Guinea Bissau, Etiopía, RDC o Kenia. El problema muchas veces radica en que los puntos de inicio para el debate operan organizados en torno a algunas dicotomías reduccionistas: pequeño campesinado contra grandes terratenientes; interno frente a externo; local contra extraño (que se podría resumir en Estado, el capital, o migrantes); o subsistencia contra un modelo orientado hacia el mercado.

De hecho, en los discursos sobre el impacto y en general sobre la eficiencia y la equidad del uso de la tierra, el pequeño contra el grande ocupa un lugar preponderante, así como el binomio local/extraño. Y esta segunda narrativa es más problemática aún porque a veces puede enmascarar tendencias xenófobas.

Hay una suposición subyacente de que lo local siempre debe defenderse del outsider y este puede tomar dos formas muy diferentes: por un lado, puede ser visto como un inversor extranjero que no tiene interés en el “desarrollo del país”, pero ¿por qué se da por supuesto que los inversores nacionales serán diferentes?; por otro lado, este outsider puede ser un persona trabajadora asalariada migrante que puede provenir de una región diferente o incluso ser de otro grupo étnico que acabará reclamando su derecho a la tierra trayendo conflictos y problemas a los “locales”, pero una vez más ¿dónde está la evidencia de que un capitalista doméstico será mejor que un inversor de capital extranjero en términos de condiciones de trabajo, por ejemplo?

La realidad es siempre más compleja y tiene más grises que blancos y negros. La vasta literatura sobre la economía política del cambio agrario y las estructuras agrarias nos ha enseñado que hay muchas capas diferentes de explotación en la agricultura bajo el capitalismo, y haciendo caso omiso de algunas y centrarnos solo en unas pocas, no ayuda. Es decir, se tendría que tener en cuenta también: la explotación de mujeres, jóvenes o mano de obra infantil; explotación por parte de agricultores capitalistas y de propietarios no capitalistas a gran escala; la explotación por parte de los prestamistas, o de las instituciones financieras internacionales (FMI o BM), etc.

Revelar la naturaleza y la dinámica de estas diferentes formas de explotación es fundamental si estamos interesados en el bienestar de la población más pobre y vulnerable. Y esto plantea otras cuestiones espinosas: ¿en interés de quién se utilizan y manipulan los datos de la adquisición de tierras? ¿Es en interés de las personas empobrecidas? ¿De las ONG en busca de nuevas campañas y recaudación de fondos? ¿De los gestores de fondos de cobertura y de los especuladores en busca de inversores para inflar sus valores de la bolsa? ¿De los medios de comunicación impulsados por la búsqueda de una noticia sensacionalista? ¿O por la presión que sufre el profesorado universitario de publicar artículos académicos?

La importancia del contexto

Edelman vuelve a insistir en que “los acaparamientos más grandes no necesariamente eran asociados con los procesos de despojo y de desplazamiento más violentos y conflictivos” (2016). En este sentido, en el análisis que hizo el economista George Schoneveld (2014) sobre el acaparamiento de tierras en África advierte que “las concesiones de tierras más grandes casi siempre son destinadas para explotación forestal y extracción de madera, un uso cuyo impacto en las comunidades circundantes tiende a ser mucho menor de lo que sería en el caso de proyectos agropecuarios o mineros”.

Señala además dos elementos a tener en cuenta para un buen análisis del conjunto. En primer lugar, la inclusión de estas grandes concesiones en las bases de datos de Land Matrix y de GRAIN tiende a sesgar las tendencias globales, aumentando estrepitosamente el número total de hectáreas acaparadas. Algunos megaproyectos anunciados a bombo y platillo han fracasado por la ambición de los inversores y no han tenido seguimiento por parte de la prensa. Se informa, nos llevamos las manos a la cabeza, y ese poso informativo es el que queda. En segundo lugar, en África del Este “los procesos de acaparamiento frecuentemente ocurren a través de una serie de compras y expulsiones de muy pequeñas parcelas, manejadas por corredores o a veces por el Estado”.

GRAIN emitió un nuevo informe recientemente (The global farmland grab in 2016: how big, how bad?) en el que sostiene que en el contexto de la baja en los precios de las materias primas “el número de transacciones de tierras sigue creciendo, pero el crecimiento se ha desacelerado desde el año 2012. En particular, varios de los más grandes megaproyectos han colapsado, lo que resulta en una disminución en el número total de hectáreas. El problema, sin embargo, no va a desaparecer”.

Un último apunte sobre el dragón chino y sus “ansias” en la tierra africana

¿Es China uno de los actores responsables de la apropiación de tierras en África? Con una población de más de 1,3 millones de personas, no es de extrañar que el impacto de las políticas alimentarias y agrícolas del gigante asiático sean percibidas como una amenaza por las economías tradicionales. Sí, ¡cuidado con los chinos! El 20% de la población mundial vive en China, un país que posee solo el 8% de la tierra agrícola mundial y el 6% de las reservas de agua dulce. El consumo de carne se ha incrementado de los 15 kg/año por persona en 1980 a los 70 kg/año en 2010 (a modo de comparación, las cifras en Alemania y Estados Unidos son de 88 kg y 123 kg, respectivamente). Otro factor importante que explica esta explosión en la demanda de recursos agrícolas es el rápido crecimiento del sector industrial chino.

Con este panorama existe la percepción de que China es incapaz de satisfacer su demanda interna y por lo tanto está obligada a desarrollar una política basada en la externalización de la agricultura y en una estrategia para adquirir tierras. Esta es una de las razones por las que China es uno de los países que a menudo se le atribuyen el acaparamiento de tierras. No obstante, los datos proporcionados por Land Matrix a diciembre de 2016 muestran una radiografía muy diferente (ver ilustración).

Los productos agrícolas orientados a la alimentación de los animales y/o el suministro de materias primas para la producción industrial provienen principalmente de Asia y América. África solo juega un papel menor en cuanto a las importaciones y exportaciones agrícolas chinas se refiere. En cuanto a la producción agrícola orientada a la alimentación de la población china, el potencial agroeconómico de China se subestima en gran medida por los observadores occidentales. Hasta ahora, el dragón ha sido prácticamente autosuficiente en el suministro de la mayor parte de sus propios alimentos (frutas, legumbres, maíz, cereales, arroz, etc.). A pesar de que las importaciones han aumentado para ciertos tipos de productos, no hay ninguna señal de que China dependa para su suministro de alimentos; y la adquisición de tierras extranjeras no parece ser parte de la estrategia de China para la seguridad alimentaria.

*Sebastián Ruiz-Cabrera es periodista e investigador especializado en medios de comunicación y cine en el África subsahariana. Doctorando por la Universidad de Sevilla. Coordinador de la sección Cine y Audiovisuales en el portal sobre artes y culturas africanas www.wiriko.org. Analista político sobre actualidad africana en la revista Mundo Negro. Forma parte del consejo de redacción de Pueblos – Revista de Información y Debate.
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